Por mi raza hablará el Piporro

Archive for the ‘A veces me da por escribir’ Category

Con vista a Monterrey, sin algo más que hacer.

In A veces me da por escribir, Monterrey on enero 21, 2011 at 12:52 pm

La verdad, es que somos partículas de algo más que aún no se descubre. Nos movemos eternamente, aunque estemos quietos y el día no es más que un destello de luz que nos envuelve.

La luz se toca y se siente leve, más que el agua. Juguemos con la luz que ilumina nuestras manos.

EuK
Loma Larga, Monterrey, N.L.
Tiempo de Frío de 2011.
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Si mi viejo viviera…

In A veces me da por escribir on diciembre 8, 2009 at 4:10 pm

Si mi papá viviera hoy cumpliría años. Murió hace 11 y yo todavía lo recuerdo como si fuera ayer que platiqué con él por vez última. Todos los días me acuerdo de él y, a veces, todavía me pone triste su ausencia y lloro.

Hay pocas personas a las que recuerdo y pienso todos los días, mi papá es una de ellas. Eso implica -creo yo- que fue un buen padre.

Además, le debo mucho de lo bueno que yo soy y mucho de lo bueno que tengo: me enseñó a trabajar con honradez, esfuerzo y disciplina, a ser respetuoso, paciente y tolerante y, sobre todo, me enseñó a ser libre de pensar y decidir.
De él, aprendí también que no hay cosa más gratificante en la vida que servir a los demás, en particular, a aquellos que más lo necesitan, vocación de servicio difícil de aprender en estos tiempos.
Cuando me vio listo, me dejó ir a hacerme responsable de mi vida y sin embargo me seguía cuidando desde lejos. Hablábamos poco a veces y en otras peleábamos mucho, pero siempre fuimos amigos, con una especie de amistad que se sabe que existe pero se calla.
Con su muerte, llegada para mí demasiado pronto, me enseñó también que la vida sigue en el recuerdo y en las obras y que en los valores que se inculcan trasciende más allá de lo corpóreo y que en la memoria de los que te aman la muerte no existe y todo es vida y felicidad en el recuerdo.
Si mi viejo viviera hoy cumpliría años y aunque murió hace 11 años yo le felicito porque sigue en mí, en cada cosa buena que a mi vida le pasa.
Gracias, papá.

Nostalgia del futuro

In A veces me da por escribir on septiembre 22, 2009 at 6:33 pm
Vista de San Pedro Garza García, desde la oficina.

Vista de San Pedro Garza García, desde la oficina.

Quizás pronto deje mi noreste. Lo llevaré en mi corazón, sin embargo; y a mi noreste volveré cada que mi espíritu se llene de fatiga y hambre.

No sé por cuánto tiempo lo deje, sólo sé que una parte de mí, la que es fría y aspira a algo, me dice que debe ser por mucho tiempo. Otra, la que aspira solamente a ser, sugiere que vaya y vuelva y que extrañe y que recuerde y que no olvide.

Encaramada en la azotea de un edificio del centro histórico del Distrito Federal, la vida me dice “ven, quiero cumplirte un sueño”; pero me lo dice y yo hago como que la virgen me habla, aunque parece que la virgen ya también se alista para decirme “no te hagas, que a ti la que te habla es la vida”.

Poder, grandeza e historia. Eso me representa la capital de México y  a ella “quizás” pronto seré arrojado impíamente por el destino; un destino que paradójicamente busqué en otros tiempos y al que un día (ya lo sé, es ingenuo creer que se puede renunciar al destino), renuncié con un simple y caprichudo “ya no es mi sueño, mejor trabajo por otras cosas”.

Poder e historia me entusiasman y me hacen amar también a esa gigantona ciudad del mundo a la que tocó ser la capital de México y a la que hasta ahora, sólo conozco de visita; pero a veces, cuando pienso en vivir ahí, su grandeza me horroriza. Me implica impersonalidad, individualidad exagerada, riesgos y actitudes defensivas a las que no estoy acostumbrado. No sé si así sea, pero es la idea que todos venden y que mis allegados no sólo venden sino que también regalan con sus recomendaciones: no te lleves el coche; cuidado en el metro; tan pronto como salgas del trabajo échate a correr y no pares hasta que estés en el lugar donde estés viviendo, aunque tal vez la carga de trabajo que te espera será tanta que ni siquiera tendrás necesidad de asomarte a la calle.

Por eso, aunque no sé si ya me voy, ya extraño a mi noreste de pueblos y ciudades pequeñas, que tiene por joya de su corona a un Monterrey que, aunque gran ciudad, sigue siendo tierna, limpia, verde y espaciosa y que, cuando cansa, te deja en libertad de volver a otros paraísos: Saltillo, Parras, Cuatro Ciénegas, McAllen, La Pesca, Weslaco, Isla del Padre, Gómez Farías o ciudad Victoria; o al más paradisiaco de todos los paraísos: Zaragoza.

Amo esta región porque es aquí donde soy libre y mi espíritu fluye, donde conozco, donde recorro, donde uno se cuida sólo lo necesario, donde está mi gente, donde estoy yo. Amo esta región y por eso, aun sin irme ya la extraño.

Pero algún día de estos he de decirle a la vida “ahí te voy”; y que sea lo que Dios quiera.

Norestense a secas.

In A veces me da por escribir on julio 27, 2009 at 11:35 am

Cantan las cigarras un horrísono canto. Las lomas flacas enseñan sus costillas. El sol golpea sin clemencia la tierra. Los sombra de los nogales, ahora es caliente. Estoy en Coahuila.

Los cerros se limitan a ser viejos, ya no enverdecen. Al pie de la sierra, un incendio consume el bosque. El bosque es de incendios, ya no de encinos. Estoy en Nuevo León.

El maíz era tardío, pero la lluvia fue más. Un torbellino de polvo cruza el camino cual coyote rabioso. El color del invierno –color de venado-, se anticipó al estío. Estoy en Tamaulipas.

Estío es verano, dicen los poetas, pero este panorama ni a verano llega. -En verano de perdida llueve. Me dijo ayer un campesino.

De pronto, llega de lo lejos el ruido de la escuela “…que llueva, que llueva, la virgen de la cueva… que sí… que no….”

Y yo cierro los ojos… y digo Amén.

En aquel sueño…

In A veces me da por escribir on julio 8, 2009 at 7:03 pm

En aquel sueño, emprendía el último viaje de mi vida. Me despedía de todos, les decía adiós. Tomaba el volante, una carretera, un atardecer. Los coches que venían en sentido opuesto, eran conducidos por gente que yo conocía. Me sonreían, me saludaban, se despedían.

En aquel sueño, yo sabía que mi camino estaba por terminar y que el de los demás seguía, y pensaba –o lo decía, no sé, así son los sueños-, “que les vaya bien”, y seguía manejando tranquilo. Me gustaba el camino porque era suave, rodeado campos verdes y muchos árboles y porque el cielo era amarillo vainilla, con muchas nubes y muchas glorias.

Luego empecé a ver el final. Había montañas y un lago grande, grande. Para ese entonces ya no estaba en coche, caminaba desnudo y descalzo. Ahí encontré otra persona, un desconocido. A diferencia de los demás, éste no manejaba, montaba un caballo. Un caballo blanco que luego era negro y luego no estaba. El hombre tenía una armadura y no sé cómo fue, pero vi sus ojos y mis pies empezaron a desvanecerse.

“Se nos hace tarde”, dijo, y me tendió la mano. Y yo tuve miedo, tanto miedo que entonces desperté.

 Todavía no es mi tiempo, pensé sonriente al despertar, es sólo un sueño.