Llovió, sonó el trueno, lució el rayo, brillaron las luciérnagas, cantó el chico, el pauraque salió a cazar insectos.
Yo me reconocí callado, diminuto espectador del armonioso compás de la Tierra, mientras caía en cuenta de que cada región del desierto y del semidesierto tiene su particular olor a lluvia y tierra mojada, determinado por su tipo de suelo y vegetación.
Más tarde, despejado el cielo, vino la noche estrellada con dos planetas luminosos, reconocí constelaciones que hace rato no veía y oí el canto de las ranas, sentí el olor del álamo y del encino.
Para apreciar al planeta y al universo así de magnánimos y prodigiosos; y reconocerse uno parte de ese conjunto de energía, no hace falta algún estimulante, basta callar, contemplar y valorar el Todo por cada una de sus partes y saber que esto también vale por cuanto es único y no se puede hacer a cada rato ni todos los días de la vida.
Felicidades, que bien redacta con mucho interés se deleita sus relatos .