Vayan a su jardín, al parque o a un bosque, a un encinal o una nogalera; escojan un árbol que les guste, grande, viejo, saludable. Acérquense a su tallo, admírenlo. Si les nace, pongan la palma de una de sus manos -la que sea, o ambas- sobre su tallo; noten lo que se siente en sus manos, en su pecho, ahí, justo ahí donde se siente la tristeza o el contento.
Si enseguida les nace, digan al árbol lo que quieran decirle, o piénsenlo y, si les nace después, sin miedo, sin pena, abrácenlo fuerte, apriétenlo, cierren los ojos, disfruten de ese abrazo el tiempo que sea necesario.
Después, digan de mí que estoy loco, si ustedes quieren; pero háganlo, abracen un árbol vivo que les llame a hacerlo… y luego platicamos.
¡Hasta luego!