Por mi raza hablará el Piporro

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El frío, ese viejo peregrino…

In Zaragoza on febrero 3, 2011 at 3:26 pm

No recuerdo con exactitud, pero debió ser entre 1982 y 1984 cuando hubo 2 inviernos con nieve en Zaragoza. Fueron nevadas consistentes, los jardines de la casa se cubrieron por una capa blanca en la que mis pies se hundían.

De la primera nevada conservo una sola foto, de una Polaroid, por cierto (les recuerdo, jovenazos, que en los fabulosos 80’s no teníamos cámaras digitales, ni celulares con cámaras, es más, no teníamos celulares). De la segunda  nevada, un año o dos después de la primera, recuerdo que hubo necesidad de que los más grandes se subieran a la azotea, a despejar la nieve que allá se acumulaba.

Si bien para la primera nevada no fui más allá del jardín de la casa, para la segunda tuve permiso de salir a la calle, previa envoltura de mis pies en bolsas de plástico amarradas con ligas a los tenis. Fuimos a La Perla, o no sé si todavía para ese entonces era Casa Conchita, pero hasta allá fuimos a comprar chocolate y pan.

¿Por qué me acuerdo de todo eso? Bueno, sucede que por algún misterio del Universo entre las ilusiones más grandes de los niños está conocer la nieve y la mar. La mar la conocí muchos años después, en Acapulco, pero la nieve la conocí en Zaragoza, en esas 2 nevadas que les comento.

Recuerdo casi a la perfección ese encuentro: días antes de la primera nevada habíamos estado en el Orégano, de noche viajamos de regreso a Zaragoza, pero antes en el solar de la abuela, vi el cielo, un cielo limpio, colmadísimo de estrellas. Pocas veces, muy pero muy pocas veces en mi alegre vida, he vuelto a ver un cielo tan estrellado como ese, en parte porque en aquel entonces, jovenazos, en los ranchos no había luz.

Desde entonces relacionaba los cielos estrellados con la nieve, aunque en realidad no mucho tiene una cosa que ver con la otra.

El caso es que al día siguiente de aquella noche, ya en casa, mamá me despertó para avisarme que había caído nieve. Recuerdo exactamente por cuál ventana de la casa me asomé. Recuerdo y me alegro hasta la nostalgia de la alegría y la maravilla que el niño norestense que un día fui, sintió en ese momento, confieso que fue una alegría tan grande, que cuando la recuerdo, sé que en un rinconcito de mí, la conservo todavía.

Como a todos los niños que por primera vez ven la nieve, hubo necesidad de que se me explicara la diferencia entre la nieve que cae y la comestible, sucedido lo cual, salí apresurado en compañía de mi hermana a hacer un mono de nieve, bufanda prestada de por medio y, a los cuantos días, pagué las consecuencias de aquella enfriada de pies y manos.

Cuando la nieve se fue y no volvió en otros años, vinieron otros fríos sobre los que mis recuerdos vagan, infinidad de mañanas en las que salí al patio y encontré botes con agua naturalmente congelada, infinidad de charcos sobre los que caminé rompiendo el hielo, el mismísimo lodo congelado, hasta aquella mañana en la que, secundariano ya, con mis compañeros de salón, reímos hasta llorar de aquella compañera de nombre Ninfa (hermosa niña de bello nombre), cuya cabellera eriza, rizada, se congeló por completo en el camino de su casa a clases.

Si mal no recuerdo, por allá de principios de la década pasada (2001-2002), hubo otra nevada en Zaragoza, aunque ligera, pero ya para entonces yo no era un niño, ni vivía ahí.

Sé que para muchos el frío es triste, pero del frío yo conservo buenos recuerdos, como estos que recién les cuento.

¿Me contarían ustedes los suyos?

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Más podemos

In Zaragoza on enero 9, 2011 at 10:02 pm

Nos tocó llorar, querido Zaragoza. Nos tocó sumarnos a la lista de los colateralmente dañados en una guerra que ni es nuestra ni es entre nosotros. Nos tocó confirmar de fea forma que los tiempos del país no son los mejores.

Y ni modo de no estar tristes, cuando no es eso lo que merecemos, ni a lo que estamos acostumbrados.

Una familia perdió a su padre, a su esposo, a su hermano. Un pueblo perdió a un alcalde, a un líder, a un profesionista que no se convirtió en político por la circunstancia, sino por su vocación de servicio público, que tuvo claro que para hacer un buen papel, no bastaba con sentarse detrás de un escritorio, sino que había que salir a buscar recursos cuantas veces fuese necesario, a Saltillo, a México, con diputados locales o federales, con el gobernador priísta, con el presidente panista, que supo posicionarse bien para servir a su comunidad, a su pueblo.

Se perdió también a un hombre que supo servir a su partido, a la administración estatal con la que compartió turno, aunque ésta, al final de sus días, estuviese distraída en celebrar otros triunfos, otros logros de otros hombres que no estuvieron al nivel de voltear a verle dígnamente, para reconocer a este buen priísta sus esfuerzos.

Nos tocó perder, querido Zaragoza, pero el hombre que se fue, a más de su legado de obras, nos deja una enseñanza, nos deja delineado claramente el modelo de profesionista, de político, que necesitamos en la alcaldía para seguir adelante.

Descanse en paz.

Ahora la devastación del San Rodrigo…

In Coahuila, Piedras Negras, Zaragoza on noviembre 17, 2010 at 11:49 pm

En la misma dinámica de la entrada anterior, ahora comparemos imágenes de una parte del río San Rodrigo, en Coahuila, desde 1996 hasta 2008.

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La Gran Plaga de Orugas «Carpa del Este», de los Noventas.

In En aquellos años, Zaragoza on septiembre 24, 2010 at 12:42 pm

Si mal no recuerdo, esto pasó en la primera mitad de la década de los años noventas, del Siglo XX. Un día, empezamos a notar que los morales del pueblo tenían telarañas en las copas.

Una semana después, las moras estaban completamente cubiertas de aquella plaga y lucían prácticamente sin hojas. Otra semana, y aquella tragedia alcanzó también a los nogales.

Fue una temporada difícil, mientras se ensañaba contra el pueblo la sequía, miles o quizás millones de peludos gusanos llegaron para habitar en nuestros árboles, devorando su follaje a velocidad impresionante y cubriendo nuestros patios con una capa de granulillos negros de excremento. A eso se reducían las hojas que nos daban sombra, tras el paso por los intestinos de los voraces visitantes y, por ello, en aquellos años también nos faltó la nuez.

Malacasoma Americanum - Oruga "Carpa del Este".

Mientras los festines y comilonas de los zaragocenses en los patios resultaban imposibles, tanto por la falta de las sombras como por la presencia de aquella lluvia constante de gusanos peludos, o de su excremento, la gente miraba aquello con pesadumbre y resignación.

Aquello se repitió al menos por un par de veranos más, hasta que volvieron las lluvias y de nuevo los inviernos fríos.

Aunque los gusanos (en realidad, orugas de polillas) siguen apareciendo año con año, jamás lo han vuelto a hacer en tal cantidad y desmán como en aquella histórica  Gran Plaga de Orugas «Carpa del Este», de los Noventas, del Siglo XX.

¿La recuerdan? ¡Comenten, raza! Saludos a todos y a todas mis respetos.

¡Ahí nos vidrios!

En aquellos años…

In En aquellos años on septiembre 10, 2010 at 10:39 pm

En aquellos años no había internet, teníamos nada más radio y televisión. La televisión era blanco y negro, aunque ya había a colores, no nos alcanzaba para una y no tenía caso gastar en ello, al pueblo llegaba sólo una señal, la del canal 2.

En la radio escuchábamos más la AM que FM, y especialmente oíamos 3 estaciones. La Z-R, la Rancherita del Aire y la B X, de Sabinas. En esta última, recuerdo, había un programa infantil para los sábados. Aún recuerdo la voz de una niña anunciando al patrocinador: “Dulcería Bermea…”. Despertar con ese sonido era señal de un día sin kínder ni escuela, un día de felicidad.

En la radio también, parece que era en la Z-R, por ahí a media mañana, sonaba una cancioncita: “Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra…” y, enseguida, una voz: “y amado hermano, te saluda tu amigo Yiye Ávila…”.

Yiye Ávila, así se llamaba el hombre de aquella voz. Hablaba como sudamericano, pero tenía el don de la sanación. Lo ejercía a través de la radio y fui testigo de cómo algunas madres de aquella época ponían las manos de sus hijos sobre los aparatos de radio mientras se oían los rezos de aquel predicador. Cosas de fe que en aquel entonces yo veía tan sensatas.

En aquellos años existía también el Carrusel Social, los Cebollazos, El Ojo de Vidrio; la radio llenaba el día entero nuestra casa y seguramente por eso, un día, uno de mis hermanos se volvió locutor.

Fueron bonitos aquellos años ingenuos. Había radio y, a veces, televisión. Lo que nunca nos faltó, fue la felicidad.