He aquí que hace unos días fui al cielo, no al cielo cielo, pero a su única sucursal.
No está muy lejos, a lo mucho, se hace un par de horas de camino, saliendo de Monterrey. El regreso, eso sí, es un poco más largo, incluye media hora de estancia en Saltillo, donde nadie debe pasar sin detenerse a ver cómo es el primer mundo.
Pero como les decía, hace unos días estuve en la sucursal del cielo. Fui a traer algo de vino, algo de pan, ese dulce exquisito que llaman queso de nuez y un poco de mermelada de higo. Ahora disfruto de esas delicias en casa.
Nada de eso se encuentra en la tierra con tan buena calidad como la del cielo, por eso es que prefiero ir hasta allá para traerlas.
La sucursal del cielo de que les hablo es también ombligo del mundo y tierra de mi abuela materna. Se llama Parras, Parras de la Fuente, en Coahuila. Del cielo, en la tierra, Parras es la única sucursal, aunque muchos otros pueblos y hasta ranchos se quieran arrogar esa designación.
Yo les sugiero que no se confundan ni acepten imitaciones, vino y buenos dulces, cosas del cielo, sólo en Parras las encontrarán.