Volvimos al Noreste, al parecer sólo por un tiempo. Volvimos para encontrarnos con que Torreón es un baño de sangre, Saltillo tendrá un gran monumento al Sarape y otro a Cristo, por aquello de que todos somos católicos; y también para reconfirmar que Monterrey sigue siendo la ciudad más cara de México.
Volvimos para redescubrir los tesoros culinarios que esconde Ciudad Victoria, tan Norestense como Huasteca, tan capital como provincia.
Volvimos volando a 30 mil pies de altura, desde donde contemplamos -majestuoso- el Cerro de Bernal, el río Pánuco, la costa Tamaulipeca junto al Golfo de México y de pronto y, humeante, la ciudad de Tampico.
Volvimos para saber que ya no somos los mismos.
Atrás, dejamos una Ciudad de México espléndida y de cielos claros, limpios, limpísimos que cualquier regio los envidiaría. Cielos tan limpios y tan azules sólo comparables con los del verano en Nuevo Laredo.
Volvimos sólo para darnos cuenta que lo que dejamos atrás, atrás se ha quedado y que lo que vemos hoy, se ve muy distinto. De esos temas iremos hablando poco a poco en este extraño retorno a El Norestense.
¡Que comience el fandango!
¡Que comience el fandango! Ya se le extrañaba. A ver si nos comparte sus vivencias más seguido.