Cuando asesinaron a Juan Antonio Guajardo, en Río Bravo, publiqué en otro blog lo siguiente:
«Hoy, a las seis de la tarde, Juan Antonio Guajardo fue asesinado, junto con dos elementos de la Agencia Federal de Investigaciones. La delincuencia lo calló.
El hecho por sí solo es lamentable. Cualquier pérdida de una vida humana en esas condiciones, lo es. Pero si pensamos que, además, el asesinado no sólo representaba sus propias ideas, intereses y convicciones, sino también las de cierto grupo de la comunidad, el mismo que lo llevó en más de una ocasión a ocupar puestos de elección popular, su asesinato supera lo lamentable, para convertirse en una infamia.
Por cierto, Juan Antonio Guajardo, desde su posición de candidato, denunció la infiltración del narco en las campañas políticas y la intimidación de que estaba siendo objeto por parte de la delincuencia organizada. Su muerte hoy, es la triste confirmación de una realidad política deleznable, en la que la delincuencia también juega sus cartas. Contra eso, habrá quienes opten por declarar en términos “políticamente correctos” que la narcopolítica no existe, pero a quienes así se pronuncien, una frase les aplicará cabalmente: no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Juan Antonio Guajardo es ahora un hombre muerto, pero con todo y sus arrebatos, en su comunidad, muchos lo recuerdan como un auténtico representante de su pueblo y como un funcionario público ejemplar. Sobre quienes ejercen ahora el poder en Tamaulipas, y especialmente, sobre quienes ejercen funciones de investigación criminal y procuración de justicia, hay una nueva carga: el asesinato de Juan Antonio Guajardo, no debe quedar impune, aunque quizás, como muchos otros crímenes en ese Estado, finalmente el tiempo lo condenará al olvido.
Y entonces la justicia -otra vez la justicia- quedará en evidencia. Y la delincuencia -otra vez la delincuencia- nos habrá ganado.»
Hoy, ante el asesinato de Rodolfo Torre, candidato del PRI al gobierno de Tamaulipas, pienso exactamente lo mismo. Descanse en paz. Mis condolencias a sus deudos y a los electores que se quedan sin su candidato.